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Sekou* vino por primera vez a Europa hace 15 años para comprar ropa, la cual planeaba llevar de regreso a Guinea, su país de origen, para vender. Esperó en el aeropuerto adonde se suponía que su primo lo encontraría, pero él nunca apareció. Sekou no se desanimó. En su país, la inestable situación política significaba que ganar dinero no era seguro ni fácil. Así que, viendo el tipo de vida que podía lograr para sí mismo en esta parte del mundo, decidió quedarse y buscar trabajo. Viajó por todas partes, desde Alemania, a través de Suiza e Italia para finalmente asentarse en España. Trabajó duro para poder alojarse, vestirse y alimentarse, pero sin papeles era una lucha. Intentó legalizar su situación, pero cada vez que lo hizo se encontró con hostilidad y repetidos “NO” de parte de los oficiales. Luego de que la crisis financiera llegue a España, el trabajo disminuyó y de repente disminuyó también el dinero que Sekou había logrado ahorrar. Perdió su casa y hace un año se encontró durmiendo en las calles.

Ahora, mientras se sienta frente a mí, su cama es un colchón manchado de orina que encontró en un volquete cercano. Cuando me acerco y le pregunto si le gustaría hablar conmigo, sus grandes ojos negros brillan y se arrugan en los costados mientras nos regala una gran sonrisa. Me agacho en la vereda, pero me hace señas para que me acerque más, sacando su capucha del medio, dándome la bienvenida para compartir su espacio. Está comiendo algo de una pequeña bandeja de plástico. Parece un poco de pollo procesado. Le pregunto donde lo consiguió, y me explica que lo encontró cuando estaba buscando el colchón. Me pregunta si quiero un poco, pero lo rechazo amablemente. Tengo una serie de preguntas predecibles conmigo, pero no necesito preguntarlas. Él me cuenta su historia a su manera. Lo bueno y lo malo, la aventura y el miedo.

Luego de 15 largos años, Sekou todavía no logró llegar ni cerca a lograr la residencia y ahora está varado en el limbo. Su falta de papeles significa que no puede acceder a la ayuda del estado, no puede encontrar trabajo y, incluso si quisiera, no puede pagar por un boleto de avión para regresar a casa. Es intrigante e inspirador. Pero más que nada es increíblemente triste. Y lo que más me conmueve son los pequeños actos de bondad que me demuestra. Ese colchón es su refugio por la noche y no sabe de donde vendrá su próxima comida, pero sin embargo no duda en invitarme a compartir con él.

Sekou es una de las 322 personas durmiendo en las calles de Barcelona que hablaron conmigo y con otros 350 voluntarios en una noche durante la Semana de Conexiones. Encontramos a otras 508 personas más, pero ellos se negaron a hablar. La historia de cada persona es única, pero Sekou no está solo en la lucha. Conocí a un joven con severos problemas de salud mental, cuya madre tiene problemas similares y cuyo padre es alcohólico. Él ya ha estado viviendo en las calles por ocho años. Para otro hombre, la ruptura de una relación lo llevó a perder su hogar. Todavía trabaja pero su salario no cubre el alquiler y no puede acceder a los beneficios sociales de vivienda.

A menudo nos desconectamos de la cara humana del sinhogarismo, porque de esa manera es más fácil para nosotros aceptarlo. Pero estas son personas reales, con vidas reales, pasados y futuros, y emociones y experiencias reales – tan válidas como la nuestra. Al invitarlos a compartir sus historias, darles el tiempo que le damos a nuestros amigos y familiares cada día, creamos una conexión humana.

Debemos mostrar a la gente que vive en las calles que sus voces con valiosas, que  sus narrativas son dignas de ser escuchadas y que su lucha no es sólo de ellos. Este es un desastre humano que no es ni inevitable ni aceptable, y depende de nosotros hacer algo al respecto.

* El nombre fue modificado

Imagen: Juan Lemus


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